La leyenda de la casa embrujada de Huehuetenango

Recorriendo la ruta interamericana por causa de turismo o trabajo, siempre hay historias que aprender, paisajes que admirar y sobre todo reconocer que cada panorama tiene algo que ofrecer.

Gracias a don Alberto Orozco podemos rescatar letras y paisaje de la tan conocida y mencionada casa de los espantos de Huehuetenango, la cual se caracteriza por tener cuatro corredores y ventanas en sus cuatro laterales.

La casa está ubicada en las cercanías de la aldea Xinaxoj y antesala al paisaje montañoso de comunidades de Santa Bárbara.

Tantas anécdotas e historias escuchadas sobre la residencia que roba miradas y en la que se despiertan sonidos, y la experiencia de la adrenalina en un espacio solitario y obscuro.

Huehuetenango presenta mucha historia, pero sobre todo invita a conocer la experiencia de sus vecinos sobre cada espacio natural y sobrenatural. Si usted conoce alguna historia sobre la residencia de los cuatro corredores, comparta y reviva la adrenalina que provocan las leyendas de la casa de los espantos o la casa embrujada.

La casa embrujada de Huehuetenango
La casa embrujada de Huehuetenango

La leyenda de la casa embrujada de Huehuetenango

Érase el mes séptimo del año 1960, la algarabía de las fiestas julias eran la diversión de propios y extraños; ahí confluían gente de todos lados, de Barillas, Soloma, Nentón, San Sebastián H, Santa Bárbara, etc, etc.

Justamente de Santa Bárbara llegaba mucha gente, quizás por la cercanía del lugar hacia la ciudad de la tierra de Zaculeu. Para el mero día de la feria, había que lucir las mejores prendas y disponer de buenos dineros para así poder disfrutar de los exquisitos platillos, bailes, juegos y uno que otro par de buenos tragos, ésto último, como para agarrar valor, por si se encontrase una bella dama y al menos saludarla.

De un poco más lejano de Santa Bárbara, un hombre no quería perderse por nada del mundo, la más importante festividad.

Fue al peluquero, se talló la barba, se compró un sombrero y se calzó las mejores botas, cual vaquero del viejo oeste; ensilló su caballo, un caballo de piel reluciente y de fino andar. El hombre estaba emocionado de ir a la fiesta del pueblo, aunque su rostro serio, ocultaba tales emociones.

El vaquero montó su caballo, se ajustó el sombrero e inició su camino rumbo a la fiesta; era de pocos amigos, o mejor dicho, no tenía amigos; era fiel al dicho aquél "más vale solo que mal acompañado", su único amigo, era ese precioso alazán. Unas cuántas horas más tarde, ya estaba el pleno jolgorio, ¡el tipo estaba feliz y no era para menos!, era la gran fiesta.

Comió, bailó, jugó tiro al blanco y bebió hasta de más. Así pasaron las horas y la noche lo sorprendió, ya mareado y embriagado y un tanto desilusionado porque una bella dama de ahí conoció, no le dio muchas esperanzas de una posterior cita. Así que ya un tanto cansado decidió su viaje de vuelta emprender.

A todo esto, la negra noche había extendido su negro manto, el tipo no sentía temor, pues con las bebidas espirituosas se sentía valiente. Y camino a casa hasta cantando al estilo Pedro Infante iba, no más que un tanto o muy desafinado. Pero no es lo mismo montar el caballo sobrio que con unas cuántas copas de más. Entonces recordó que por el camino había una casa muy grande y antigua, quedaba justo por la pradera, un lugar llamado Chicol. Se dijo a sí mismo -me voy a quedar en esa casa y pues arre alazán- y tomaron el camino rumbo a la casa.

De pronto el tropel del alazán se tornó violento y desordenado, el hombre sintió escalofríos y el alazán le dio por relinchar; algo no estaba bien ¡los vientos eran fríos!, el ambiente un tanto terrorífico, los perros no ladraban, estos aullaban. De pronto y ya en los inmensos corredores de la casa, el hombre intenta apoyarse, mientras lo intentaba, desde adentro de la casa se escuchaban gritos desesperados de una niña, los gritos eran de espanto, ésto asustó al alazán y a tropel rápido y sin control, salió huyendo, dejando al vaquero votado, fue tan brusco el derribo que el hombre rodó por la ladera y fue a dar al fondo, justo al lado de un puente de palos, ahí quedó inconsciente y gracias al puente que lo detuvo, sino, al pequeño riachuelo hubiese caído y pudo haberse ahogado.

Al hombre lo encontraron los lugareños al otro día, lo curaron de sus golpes, pero del alazán, ni la silla encontraron.

Así es como termina este hombre, sólo, sin caballo y sin su único amigo.

Alberto Orozco.

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